La IA generativa se alimenta de tu cerebro: ya puedes pasar por caja.

“Todo lo que no es tradición es plagio”. El aforismo de Eugenio D’Ors que luce en el ala norte del Casón del Buen Retiro, que fue sede del Museo de Reproducciones Artísticas (cientos de copias de esculturas clásicas), viene a decir que en el fondo todo es copia. ¿También lo que hace la Inteligencia Artificial Generativa (IAG)?

Seguro que te lo has preguntado alguna vez. ¿De dónde se nutren ChatGPT, Bard, DALL.E, Midjourney y otros sistemas de IAG? Si hurgamos en sus fuentes principales, encontramos huellas sospechosas del Museo del Prado y del Guggenheim, pero también de los archivos del New York Times, de Pixar, Getty o, por ejemplo, párrafos inspirados en los 190.000 libros pirateados que circulan por la red sin control de los derechos de autor. A ellos añadimos este mismo artículo que estás leyendo: probablemente a esta hora ya ha sido fagocitado por la IA.

¿Se puede hablar de original y copia en 2024? Se puede. Porque los creadores de contenido -publicitarios, fotógrafos, ilustradores, periodistas, pintores, diseñadores, escritores, científicos- tenemos reconocidos nuestros derechos de propiedad intelectual. Nosotros y las empresas para las que trabajamos, a las que cedemos nuestra obra porque nos pagan por ella.

El diario The New York Times acaba de demandar ante un tribunal de Manhattan a OpenAI por piratear presuntamente su contenido para entrenar las redes neuronales de ChatGPT. La compañía participada por Microsoft está valorada en 80.000 millones de dólares, pero de momento no compensa a quienes nutren sus herramientas. Algo paso con la IAG.

Los precedentes en EEUU y el muro defensivo levantado en Europa

La corte de Nueva York ya falló hace una década contra la pretensión de los escritores y editores que veían dañados sus derechos por Google Books al digitalizar millones de libros a golpe de escáner. El caso, llamado The Authors Guild, Inc., et al. v. Google Inc., se resolvió a favor de Google.

Aquel juicio mostró el escaso interés que tienen en general las Big Tech por compensar adecuadamente a los creadores de contenidos. A Google, por ejemplo, no le importó pagar 26.000 millones de dólares en 2021 a Apple y otros desarrolladores de móviles para que ofrecieran como opción predeterminada su buscador. Pero, a los autores, ni agua.

No olvidemos que OpenAI está vinculada con Microsoft, DeepMind con Google y Anthropic con Amazon. La IAG se está concentrando en las grandes tecnológicas. Tras la demanda en Manhattan, una portavoz de OpenAI, Lindsey Held, citada por el propio NYT, se mostró partidaria de llegar a un acuerdo: “Respetamos los derechos de los creadores de contenidos y propietarios y estamos comprometidos para trabajar con ellos para asegurarnos de que se beneficien de la tecnología de IA y de nuevos modelos de ingresos”.

De hecho, OpenAI ya ha firmado la paz con algunos grupos editoriales como el consorcio alemán Axel Springer (Business Insider, Bild, Transfermarkt, Político) y la agencia Associated Press, lo que permitirá a ChatGPT entrenarse con millones de noticias archivadas por AP desde 1985.

Pero también hay demandas en marcha de escritores contra los sistemas de IAG que no solo copian sus textos, sino que aprenden a expresarse con su estilo de narrar. Compañías como Getty, con un archivo de casi 500 millones de imágenes y videos de alta calidad, han detectado el uso fraudulento y se plantean llevarlo a los tribunales. En una estrategia muy inteligente, Getty ha lanzado su propia IA, entrenada exclusivamente con las imágenes de sus fotógrafos, y dedica parte de los ingresos a remunerar a los autores.

Las alarmas saltaron hace meses tras publicarse que cerca de 190.000 libros que circulan pirateados sin control por internet formaban parte del “entrenamiento” de los chatbots de IAG. The Authors Guild (la asociación que perdió la demanda contra Google) ha reunido 15.000 firmas de escritores que, en una carta dirigida a OpenAI, Alphabet, Meta, Stability AI, IBM y Microsoft, les advierten que sus herramientas se están lucrando a base de copiar sus creaciones literarias. Entre los firmantes, Margaret Atwood (El cuento de la criada) y Dan Brown (El código Da Vinci).

Mientras en el mundo anglosajón se repiten las demandas y las advertencias, en Europa nos hemos apresurado a regular. El Consejo y el Parlamento Europeo alcanzaron un acuerdo en diciembre pasado para poner en marcha la primera ley de Inteligencia Artificial, conocida ya como la IA Act. Las negociaciones, en las que tuvo un papel relevante la hasta ahora secretaria de Estado Carme Artigas, condujeron a un texto de consenso sobre temas muy polémicos como los sistemas biométricos y los sesgos de las herramientas de IA.

Hay un apartado específico para la IAG que parece redactado pensando en herramientas como ChatGPT. Los usuarios y marcas que utilicemos esos sistemas deberemos especificar claramente que los textos, músicas o imágenes han sido creadas con IAG. Y se deberán reconocer los derechos de autor de los creadores en los que se han basado esos chatbots. El problema es que la ley no entrará en vigor hasta 2026.

Con la ley hemos topado, nos dirá ChatGPT si le metemos este artículo en el prompt. La IA, con esas mayúsculas santificadoras, como las llama Antonio Muñoz Molina, es lo más disruptivo que tenemos hoy entre manos. En Darwin & Verne hemos creado una división de negocio específica, Phileas. Nos estamos entrenando y muy pronto saltaremos al campo. Atentos.