Me niego a elegir

Me hizo mucha gracia el otro día un tuit. Lo acompañaba una foto del callejón de San Ginés que, si conoces Madrid, reconocerás por su famosa churrería/chocolatería centenaria, y por la pequeña y coqueta librería de incunables al principio de la misma, haciendo esquina con la calle Arenal. En la foto se veía que habían colocado un cartel en medio del callejón con el fin de separar las filas que formaba la gente para ir a un sitio o a otro. El cartel señalaba de forma clara y precisa con dos flechas las dos filas: por un lado, churros, por el otro, libros. El texto que acompañaba al tuit decía: Me niego a elegir.

Desde pequeño me han gustado mucho dos campos más separados y enfrentados incluso que el de los libros y los churros: los libros y el fútbol. Siempre tuve que ocultar a unos y otros una de mis aficiones. Era importante separar bien ambos mundos, porque o bien podías quedar de pedante si te ponías a hablar de Georges Perec en medio de un córner, o de todo lo contrario si al finalizar un recital de poesía comentabas el golazo que había marcado Messi. Hasta que descubrí a escritores como Galeano o Nick Hornby que decían que te podían gustar las dos cosas, y una no desacreditaba a la otra. 

Y es que somos así: contradictorios. Al principio cuesta reconocerlo pero eso es hasta que asumes que no eres ni una cosa ni la otra: eres ambas. Y muchas más. Que te gusta tanto La isla de las tentaciones como un ensayo de Susan Sontang, ir a un concierto de música clásica como al karaoke a desafinar cantando vivir así es morir de amor, comer en un estrella michelín como tomar una ración de tortilla en un bar de barrio con serrín en el suelo. Estar en el metaverso con la manta sobre las rodillas.  

Decía Javier Gomá en uno de sus relatos filosófico mundanos, como él mismo los define, que: “recuerdo que la gente me decía: «No lo puedes tener todo; tienes que elegir» y ahora estoy en condiciones de responder a la gente y responderme a mí mismo con potente voz: «No, no quiero elegir. ¡Yo lo quiero todo!» (…) Lo grande y lo menudo, la ebriedad y la rutina, la pasión y la felicidad, el placer y la virtud, la vulgaridad y la ejemplaridad, la vocación y la profesión, esta vida y la otra, la altura y el peso, la gravedad y la gracia, la ingenuidad y la lucidez, la experiencia y la esperanza, la altura y la profundidad, el norte, el sur, el este y el oeste, incluyendo, como leí en algún sitio, el «cuerpo» y el «arma».” 

Somos Darwin y somos Verne. Somos imaginación y somos ciencia. Somos lo que soñamos y somos lo que contamos. Somos pura contradicción. Y aunque a veces parece que tengamos que elegir entre papá y mamá, los queremos a los dos. Me niego a elegir.